El beso de la muerte, mientras Gilda se desnuda

By Giovanni Clavijo Castillo
Lo peor, esperar. Mientras tanto tomaba apuntes, rayaba en mi cuaderno "pantojiano", pensaba cualquier cosa, imaginaba un hipotético duelo Millonarios - Kerlames FC. Faltan cuatro semanas y nos vamos. Ahora, sí.
Seguía esperando. Cinco parroquianos (papá, mamá, la tía sexy, la abuela Hermenegilda y el guagua Danito) apurados por un bocado caliente, lasagna, lomo de cerdo y papas fritas, un cuarto de libra, y la voz de Eva Ayllón en mi prehistórico walkman. Esa voz.Una era dexteriana, sin duda. Un momento en donde no sientes casi nada. Frío.
- No se preocupe, nosotros le llevamos su pedido a la mesa. Eso habÌa dicho la voz arenosa del cetrino adolescente cumbaleño.
Malditos, no saben que acabo de ver "El beso de la muerte" y se me podrían ocurrir algunas ideas (pero falta la silla de ruedas). Te extrañamos, Richard Widmark.
Quince minutos para darle la vuelta al universo y tararear cuatro canciones. Quince minutos y la comida no está caliente. Asíntota, sí, eso es. Es la sima y no la cima. Lo opuesto a ver bailar a Rita Hayworth en Gilda. Como caminar por las cuatro calles de Genoy. Como un pincho tóxico del Sanandresito. Como esa clase de narración gráfica con Hulkapeggy y Miss Mostacho. El infierno debe saber a esto.

Como ese diez de mayo de 2001 en la Clínica San Pedro Claver. Comida de hospital.
 

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